Un Mosaico de Tradición, Sacrificio y Herencia Viva en Oaxaca
La Guelaguetza, la fiesta más grande de Oaxaca, es una celebración ancestral de hermandad y compartir. Originalmente, esta festividad, conocida como «Lunes del Cerro», era un tributo prehispánico a Centeótl, la diosa del maíz tierno, fundamental para la subsistencia de los pueblos mesoamericanos. Se realizaba al finalizar la temporada de siembra, buscando la protección divina para una buena cosecha.
Con la llegada de la Conquista y la evangelización, las festividades indígenas se sincretizaron con las tradiciones católicas. El 16 de julio se celebra el día de la Virgen del Carmen, y fue esta fecha la que marcó la pauta para la adaptación de la celebración prehispánica. La festividad se mantuvo en el Cerro del Fortín (el mismo «Lunes del Cerro»), pero ahora coincidía con las fechas marianas, dando origen a los dos «Lunes del Cerro» de julio. El motivo principal para la elección del mes de julio es su relación directa con el fin de las lluvias fuertes y el inicio del ciclo agrícola, un momento propicio para agradecer y pedir por las cosechas.
La integración de la leyenda de la Princesa Donají a la Guelaguetza, específicamente como un preludio teatral y dancístico de las celebraciones en el Auditorio Guelaguetza, es una adición más moderna. Se incorporó oficialmente en la segunda mitad del siglo XX, buscando dotar a la festividad de un elemento narrativo más profundo y un símbolo de identidad oaxaqueña que trascendiera las diferencias regionales. Donají fue elegida por su potente significado de sacrificio por el pueblo, pureza y conexión con la tierra, encapsulando el espíritu de ofrenda y orgullo que define a la Guelaguetza. Su historia ofrece un dramático inicio a la fiesta, unificando a las «Ocho Regiones de Oaxaca» bajo un mismo emblema de resiliencia y tradición.
Autor: Sergei Eisenstein I Fuente: Documental: El desastre en Oaxaca 1931.
Oaxaca, tierra de tradiciones milenarias y una riqueza cultural inigualable, es cuna de historias que se entrelazan con el alma de su gente. Entre ellas, ninguna resuena con tanta fuerza y emotividad como la leyenda de la Princesa Donají, un relato que va más allá del tiempo para convertirse en el símbolo eterno del amor, el sacrificio y la identidad zapoteca.
Donají, cuyo nombre zapoteco significa «alma grande», nació como la amada hija de Cosijoeza, el poderoso rey de Zaachila, y la reina Coyolicatzin. Desde el instante de su llegada al mundo, su destino fue sellado por una profecía: un sacerdote anunció que su vida estaría indisolublemente ligada al futuro y la suerte de su pueblo. Una profecía que, sin saberlo, la marcaría para siempre.
La historia de Donají se desarrolla en un periodo de constantes conflictos entre los zapotecas y sus eternos rivales, los mixtecos. En un intento por forjar una frágil paz, la joven princesa fue entregada como rehén a los mixtecos, siendo llevada a la imponente ciudad de Monte Albán. Pero el destino, caprichoso y sorprendente, tenía otros planes. En su cautiverio, Donají conoció a Nucano, un valiente príncipe mixteco, y entre batallas y tratados, floreció un amor inusual que trascendió las rivalidades ancestrales.
La tregua, sin embargo, era inestable. Cuando los guerreros zapotecas intentaron un audaz rescate para liberar a su princesa, se desató una feroz batalla. A pesar de los esfuerzos, Donají no pudo escapar. La furia y el rencor mixteco por la derrota en combate se cebaron en ella, y la princesa fue brutalmente sacrificada, decapitada a orillas del río Atoyac. Un acto de crueldad que buscaba ser un golpe final al espíritu zapoteca.
Años después, la leyenda culmina con un hallazgo milagroso que conmovió a todo el Valle. A orillas del Atoyac, el cuerpo de Donají fue descubierto, y su cabeza, sorprendentemente intacta, había dado origen a un hermoso lirio silvestre que brotaba de su tierra. Este lirio, hoy emblema de su pureza y conexión con la Pachamama oaxaqueña, es el testamento vivo de su sacrificio.
Los restos de la Princesa Donají fueron trasladados con gran veneración a la ciudad de Huaxyacac (la actual Oaxaca de Juárez) y sepultados con los más altos honores. Desde entonces, su figura se ha erigido como un símbolo inmortal de la identidad zapoteca, de la resistencia y de un amor que trascendió la muerte.
Así, cada año, al caer la tarde previa a los Lunes del Cerro, la puesta en escena de la leyenda de Donají abre el telón de la Guelaguetza, recordando a propios y extraños la fuerza de un pueblo que nunca olvida sus raíces y honra su pasado glorioso.
Imagen: Gobernador Francisco López Cortés I Autor: Sergei Eisenstein I Fuente: Documental: El desastre en Oaxaca 1931.
La Guelaguetza no es un festival: es una forma de vida, de reciprocidad, de identidad.
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